miércoles, diciembre 17, 2008

Vivir vale la pena


Si uno no ama no sufre… porque el que ama se arriesga a sufrir…
Y yo digo: es más que un riesgo, porque en cada relación amorosa comprometida va a haber un poquito de dolor, aunque no sea más que el dolor de descubrir nuestras diferencias y de enfrentar nuestros desacuerdos. Pero este compromiso es la única manera de vivir plenamente, y como suelo decir:
VIVIR VALE LA PENA
Es necesario establecer a partir de acá que esta pena es la que de alguna manera abre la puerta de una nueva dimensión, es el dolor inevitable para conseguir una sola cosa imprescindible: mi propio crecimiento.
Nadie crece de otra forma que no sea el haber pasado por un dolor asociado a una frustración, a una pérdida.
Nadie crece sin tener conciencia de algo que ya no es.
UN SUEÑO MÍO NO ES ALGO QUE PODRÍA HABER SIDO; UN SUEÑO MÍO ES EN SÍ MISMO. ESTÁ SIENDO EN ESTE MOMENTO.
Mis ilusiones y mis fantasías, si son sentidas, SON.
Y puedo aferrarme a mis sueños, como me aferro a mis realidades, como me aferro a mis relaciones.
Cuando la realidad me demuestra que esto no va a suceder, es como si algo muriera, y como con las personas, tiendo a quedarme aferrado a esta fantasía.
Igual que con las realidades, lo mismo que con los hechos, hace falta soltar.
Pero para esto tengo que aceptar que el mundo no es como yo quiero que sea, y esto implica un duelo para elaborar.
Tengo que aceptar que el mundo es como es y conformarme con el hecho de que así sea.
Tengo que aceptar que mi buen camino no pase quizá por tener todo lo que deseo.
Quizá pase por donde ni siquiera imaginé.
Pero si no me animo a soltar la soga de un sueño no podré seguir mi ruta hacía mí mismo.
Madurar siempre implica dejar atrás algo perdido, aunque sea un espacio imaginario, y elaborar un duelo es abandonar uno de esos espacios anteriores (internos o externos), que siempre nos suenan más seguros, más protegidos y más previsibles.
Dejarlos para ir a lo diferente. Pasar de lo conocido a lo desconocido.
Esto irremediablemente nos obliga a crecer.
Que yo sepa que puedo soportar los duelos, y sepa que puedo salirme si lo decido, me permite quedarme haciendo lo que hago, si ésta es mi decisión.
Jorge Bucay

Vivir vale la pena


Si uno no ama no sufre… porque el que ama se arriesga a sufrir…
Y yo digo: es más que un riesgo, porque en cada relación amorosa comprometida va a haber un poquito de dolor, aunque no sea más que el dolor de descubrir nuestras diferencias y de enfrentar nuestros desacuerdos. Pero este compromiso es la única manera de vivir plenamente, y como suelo decir:
VIVIR VALE LA PENA
Es necesario establecer a partir de acá que esta pena es la que de alguna manera abre la puerta de una nueva dimensión, es el dolor inevitable para conseguir una sola cosa imprescindible: mi propio crecimiento.
Nadie crece de otra forma que no sea el haber pasado por un dolor asociado a una frustración, a una pérdida.
Nadie crece sin tener conciencia de algo que ya no es.
UN SUEÑO MÍO NO ES ALGO QUE PODRÍA HABER SIDO; UN SUEÑO MÍO ES EN SÍ MISMO. ESTÁ SIENDO EN ESTE MOMENTO.
Mis ilusiones y mis fantasías, si son sentidas, SON.
Y puedo aferrarme a mis sueños, como me aferro a mis realidades, como me aferro a mis relaciones.
Cuando la realidad me demuestra que esto no va a suceder, es como si algo muriera, y como con las personas, tiendo a quedarme aferrado a esta fantasía.
Igual que con las realidades, lo mismo que con los hechos, hace falta soltar.
Pero para esto tengo que aceptar que el mundo no es como yo quiero que sea, y esto implica un duelo para elaborar.
Tengo que aceptar que el mundo es como es y conformarme con el hecho de que así sea.
Tengo que aceptar que mi buen camino no pase quizá por tener todo lo que deseo.
Quizá pase por donde ni siquiera imaginé.
Pero si no me animo a soltar la soga de un sueño no podré seguir mi ruta hacía mí mismo.
Madurar siempre implica dejar atrás algo perdido, aunque sea un espacio imaginario, y elaborar un duelo es abandonar uno de esos espacios anteriores (internos o externos), que siempre nos suenan más seguros, más protegidos y más previsibles.
Dejarlos para ir a lo diferente. Pasar de lo conocido a lo desconocido.
Esto irremediablemente nos obliga a crecer.
Que yo sepa que puedo soportar los duelos, y sepa que puedo salirme si lo decido, me permite quedarme haciendo lo que hago, si ésta es mi decisión.
Jorge Bucay

Suelta lo que tengas que soltar


Había una vez un hombre que estaba escalando una montaña. Estaba haciendo un ascenso bastante complicado, una montaña en un lugar donde se había producido una intensa nevada. Él había estado en un refugio esa noche y a la mañana siguiente la nieve había cubierto toda la montaña, lo cual hacía muy difícil la escalada. Pero no había querido volverse atrás, así que de todas maneras, con su propio esfuerzo y su coraje, siguió trepando y trepando, escalando por esta empinada montaña. Hasta que en un momento determinado, quizá por un mal cálculo, quizá porque la situación era verdaderamente difícil, puso el pico de la estaca para sostener su cuerda de seguridad y se soltó el enganche. El alpinista se desmoronó, empezó a caer a pico por la montaña golpeándose salvajemente contra las piedras en medio de una cascada de nieve.
Toda su vida pasó por su cabeza y cuando cerró los ojos esperando lo peor, sintió que una soga le pegaba en la cara. Sin llegar a pensar, de un manotazo instintivo se aferró a esa soga. Quizá la soga se había quedado colgada de alguna amarra... Si así fuera, podría ser que aguantara el chicotazo y detuviera su caída.
Miro hacía arriba pero todo era al ventisca y la nieve que caían sobre él. Cada segundo parecía un siglo en ese descenso acelerado e interminable. De repente la cuerda pegó el tirón y resistió. El alpinista no podía ver nada pero sabía que por el momento se había salvado. La nieve caía intensamente y él estaba allí, como clavado en su soga, con muchísimo frío, pero colgado de este pedazo de lino que había impedido que muriera estrellado contra el fondo de la hondonada entre las montañas.
Trató de mirar a su alrededor pero no había caso, no se veía nada. Gritó dos o tres veces, pero se dio cuenta de que nadie podía escucharlo. Su posibilidad de salvarse era infinitamente remota; aunque notaran su ausencia nadie podía subir a buscarlo antes de que parara la nevisca y, aun en ese momento, no podía saber que el alpinista estaba colgado de algún lugar del barranco.
Pensó que si no hacía algo pronto, este sería el fin de su vida.
Pero, ¿qué hacer?
Pensó en escalar la cuerda hacia arriba para tratar de llegar al refugio, pero inmediatamente se dio cuenta de que eso era imposible. De pronto escuchó la voz. Una voz que venía desde su interior que le decía "suéltate". Quizá era la voz de Dios, quizá la voz de una sabiduría interna, quizá la de algún espíritu maligno, quizá una alucinación... Y sintió que la voz insistía: "suéltate... Suéltate"
Pensó que soltarse significaba morirse en ese momento. Era la forma de parar el martirio. Pensó en la tentación de elegir la muerte para dejar de sufrir. Y como respuesta a la voz se aferró más fuerte todavía . Y la voz insistía "suéltate", "no sufras más", "es inútil este dolor, suéltate". Y una vez más él se impuso aferrarse más fuerte aun mientras conscientemente se decía que ninguna voz lo iba a convencer de soltar lo que, sin lugar a dudas, le había salvado la vida. La lucha siguió durante horas pero el alpinista se mantuvo aferrado a lo que pensaba que era su única oportunidad.
Cuenta esta leyenda que a la mañana siguiente la patrulla de búsqueda y salvamento encontró al escalador casi muerto. Lo quedaba apenas un hilito de vida. Algunos minutos más y el alpinista hubiera muerto congelado, paradójicamente aferrado a su soga... A menos de un metro del suelo...

A veces no soltar es la muerte.
A veces la vida está relacionada con soltar lo que alguna vez nos salvó .
Soltar las cosas a las cuales nos aferramos intensamente creyendo que tenerlas es lo que nos va a seguir salvando de la caída.
Todos tenemos una tendencia de aferrarnos a las ideas, a las personas y a las vivencias. Nos aferramos a los vínculos, a los espacios físicos, a los lugares conocidos, con la certeza de que esto es lo único que nos puede salvar. Creemos en lo "malo conocido" como aconseja el dicho popular.
Y aunque intuitivamente nos damos cuenta de que aferrarnos a esto significará la muerte, seguimos anclados a lo que ya no sirve, a lo que ya no está, temblando por nuestras fantaseadas consecuencias de soltarlo.
Jorge Bucay

DEFENDER LA ALEGRÍA


Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias y los graves diagnósticos
defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias
defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar y también de la alegría.
MARIO BENEDETTI